September 23, 2012



"Hablemos hoy del dolor, porque, en definitiva, es lo que está en la base de toda obra literaria. Más aún: de todo arte. Más aún: de toda actividad humana. El dolor incomprensible de morir, el dolor literal de sufrir físicamente, el dolor enloquecedor de constatar que el Mal existe y no puede ser entendido, explicado, justificado. El ser humano lo ha intentado todo contra el Mal y el dolor: ha creado religiones y dioses, ha organizado guerras, ha descubierto la teoría de la relatividad, ha escrito el Quijote.


Un mes y una semana y aun no me he atrevido a escribirte nada, bueno en realidad ni a ti ni, ni a nadie,  ni sobre nada y por lo que veo hoy tampoco es el día. Necesito hacerlo pero no puedo y todo porque aun no logro asumirlo, no hay día que no te piense, todo me recuerda a ti y sobretodo porque te echo mucho de menos, muchísimo de verdad, nunca había echado a nadie tanto de menos pero es normal supongo,ya que nunca me había pasado nada comparable a esto.

Jamás pensé que tuviera que decirte adiós, jamás pensé que serias tu, jamás pensé que diría esto… Eres mi ángel de la guarda y se que me proteges.
 Te quiero para siempre Quique


PD: me he alejado bastante de esto pero volvere como antes (espero) aun asi os sigo viendo siempre

September 16, 2012


Ocurrió el otro día, en una conferencia, cuando uno de los asistentes preguntó por qué el arriba firmante asignaba a menudo virtudes masculinas a las mujeres en sus novelas. Tras un intercambio de aclaraciones, la mencionadas prendas masculinas resultaron ser el valor físico, la independencia y la agresividad. Al interlocutor le chocaba sobremanera que mis hembras de ficción fueran capaces de empuñar un florete, una pistola, pelear por su vida o por la de otros, conspirar e incluso asesinar, bajo palabras como amistad, amor, lealtad a un hombre o a una idea, e incluso honor personal. 

Le respondí que allá él con sus mujeres pero que uno se honra con el trato de varias que son de armas tomar. Y que muchos nos negamos a aceptar que, por culpa del ridículo concepto medieval de la frágil dama como devocionario caballeresco, la mujer se perpetúe, en los relatos de ficción escrita o cinematográfica, reducida al papel de compañera o comparsa del viril protagonista. Échenle, si no, un vistazo a las películas o a los libros de acción y aventuras. En ese contexto, las mujeres – incluso las que van de duras o fatales – se limitan a dar grititos cuando las cosas vienen mal dadas, y a refugiarse en el sudoroso y fornido hombro del macho que, a los sumo, as gratifica con un revolcón en condiciones o permite, sólo cuando él está herido y a punto de perecer bajo los mandobles del malvado, que ella, con las dos manos temblorosas en torno a la pistola que empuña casi al revés, le pegue de pura casualidad un tiro al malo por la espalda. 

Y resulta que no. Que de virtudes masculinas y femeninas podríamos hablar un rato largo sin necesidad de irnos a Hollywood. Sin ir más lejos, esa mujer que madruga cada día y después de hacer la casa se va a la compra y vuelve para la comida y se sienta un ratos a ver el culebrón y luego prepara la cena y deja, todavía, que el sábado el pariente le dé un asalto, es más dura de pelar, tiene más valor y más entereza que el animal de bellota que, en teoría, la mantiene. 

Hagan memoria. Nadie resiste como una mujer la enfermedad, o el sufrimiento propio o ajeno: cuida a los enfermos, se crece en la adversidad, pare hijos – y a veces los concibe- con dolor; y sobre lealtades y sentidos del deber podría dar lecciones a muchos maridos. En cuanto a hacer daño, cuando una mujer abre la navaja no es, como la mayor parte de los hombres, para montar bulla y que nos vean, sino para matar de verdad. En el otro extremo, enamorada, es capaz de amar con más entrega y pasión, y de hacer cosas, tomar decisiones, que los hombres, tan razonables y formales que somos, ni soñaríamos siquiera. No hay quien detenga a una mujer – ni familia, ni marido, ni convenciones sociales – cuando decide liarse la manta a la cabeza; y como adversario, nada más corrosivo para nuestra fatua virilidad que el odio o el desprecio de una hembra inteligente. 

Pero, aparte de ser más consecuente y valerosa que los hombres, la mujer también es más culta. No se trata de más tiempo libre como dicen algunos simples, sino de menos egocentrismo: curiosidad por el mundo exterior. La mujer posee mucha información global, porque ve más televisión, más cine. Lee más. Cualquier librero sabe que el setenta por ciento de sus clientes son jóvenes y mujeres. Los hombres estamos demasiado ocupados haciendo números, tomando decisiones fundamentales, endureciendo el gesto ante el espejo, pobres desgraciados, alardeando de un temple que se derrumba en cuanto nos tocan la nómina o el estatus, mientras ellas parecen poseer una reserva secreta de entereza para sobreponerse, aunque caigan chuzos de punta. 

Échenle un vistazo a las estadísticas. Además de su presencia en otros sectores, las mujeres copan las carreras de humanidades, o al menos lo que va quedando de éstas. Así, en este final de siglo que termina de tan mala manera, en la confusión que caracteriza a esta especie de noche que se nos viene encima, tan fría como esos ordenadores que engendran los hombres con microchips en lugar de espermatozoides, las mujeres pueden terminar siendo para la cultura lo que los monjes medievales fueron en la trinchera de sus monasterios mientras el mundo se desplomaba alrededor. Y ésa será su venganza, su revancha histórica sobre nuestra estupidez y nuestra injustificada autocomplacencia. 

Virtudes masculinas, decía aquél. Permita que me ría, respondí. Ya quisiéramos nosotros, los hombres, poseer ciertas virtudes. 

Arturo Pérez-Reverte.